Es como si le gustasen los juegos de azar y apostara al número ganador sin saberlo. La supuesta escena sería la siguiente:
“La ruleta está detenida esperando el momento en que la mano deshumanizada habrá de hacerla girar, pero antes de eso lo que hace falta para obtener perdedores y un ganador -todos ellos efímeros por sí solos- se necesitan entes que sean más que simples observadores, entes que sean verdaderos partícipes de los hechos.
Los entes comienzan a aparecer, comienzan a ser y se vuelven seres. Los números comienzan a nombrarse, comienzan a ser palpables y se vuelven probabilidades. Todo parece estar listo para dar comienzo al espectáculo tragicómico que habrá de beneficiar a unos cuantos y maleficiar a otros tantos. Y la mano deshumanizada está a punto de hacer girar a la desesperada ruleta.
De pronto, de entre las tinieblas y el humo de cigarrillo hace acto de aparición un último ente. Éste no comienza a ser, no se vuelve ser y con esa naturaleza -extraña para la mayoría de los espectadores- anuncia con entusiasmo su participación en el juego.
Nadie sabe quién es el misterioso último participante pero todos rumoran sobre su posible identidad. Algunos susurran entre sí que se trata de un erudito probabilista con ventaja sobre los demás; algunos dicen que se trata de un temido hechicero omnipresente también con ventaja sobre los demás; otros insisten en que se trata solamente de un labrador pretencioso sin ventaja alguna sobre los demás. La verdad es que ninguno habrá de conocer la identidad de ese ente, lo único atinado dentro de la especulación es que no tiene ventaja alguna sobre los demás partícipes. Y lo único que habrán de conocer sobre el ente es el título ‘FATUM’ grabado con letras doradas en un costado de su alto sombrero.
El protagonista grita un número cualquiera (‘ídem per ídem’: porque da lo mismo si se trata del primero, el del medio o el último), sin más, apuesta todo a esa recién nacida probabilidad. Y con ese monto en juego nadie pudo negar al misterioso su participación, incluso a falta de identidad.
La mano deshumanizada (llamada así con fines ilustrativos pues en realidad se asemeja más a una fuerza etérea) hace girar la ruleta. El sonido que produce la pequeña bola cuando salta, choca y rebota entre espacio y espacio provoca al ente, le incita a despertar sus instintos subliminales.
La ruleta lentamente se detiene y mientras el extraño continúa en trance lo proclaman ganador:
‘Usted, caballero FATUM, con su número cualquiera ha resultado ganador de esta partida y por ende acreedor a la incalculable fortuna cuya permanencia es hasta ahora desconocida, por lo que le exhorto a cuidarla y hacer buen uso de ella. Le felicito. Vuelva pronto.’
El ente se percata de lo sucedido y con discreción toma su premio y se retira del lugar.”
Así ocurre a veces, pero, ¿habrá de seguir la recomendación al hacer buen uso de la fortuna? Esa es una supuesta escena para otro tiempo.
11 nov 2008
Fatum y la Ruleta
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