No, dime que no es, no de nuevo.
No preguntaré “¿por qué?”, le dije que no preguntara eso, que si tenía que cuestionar lo hiciera con un “¿para qué?”. ¿Pero es que no puedo seguir mis propios consejos? Está bien: “¿para qué?” Pregunto.
¿Para sentirme bien? ¿Para sentirme mal? ¿Para cerrar los ojos y soñar con él? ¿Para despertar y recordar que no está conmigo?: Para sentirme mal lleva la delantera.
¿Para escuchar alguna canción y encajar sus palabras sueltas en un solo renglón? Como un rompecabezas pero sin las cien o mil piezas, o una partida de ajedrez pero sin los cuadros blancos sólo los obscuros con sus caballos, o la diana sin los dardos.
¿Para rendirme ante su mirada fingiendo no hacerlo? ¿Para sentir la aspereza de su mano contrastar con la suavidad de su intención al tomar la mía? ¿Para encerrar su nombre de personaje literario en los vagones de un ferrocarril legendario?
Muchos signos de interrogación y pocos signos de exclamación. Ninguno, de hecho. ” ¡Eso no importa!”, -“¡Claro que importa! ¡No debes abusar de las preguntas, comenzaste con una simple y estás expandiendo su poder de incertidumbre como una plaga! ¿Y para qué?”-.
También le sugerí que caminara con la vista al frente y la mente en blanco; que las miradas ajenas las convirtiera en el camino que habrá de guiar sus pasos y las voces ajenas las convirtiera en el viento que habrá de impulsar a sus brazos.
Le pedí que detuviera sus preguntas, no que las matara. Que les liberara sólo en tiempos de certeza y no al contrario como lo venía haciendo. “No preguntes, mírame y siente, tendrás la respuesta” le dije.
¿Para qué?
¿Para escuchar un acento que provoca enternecimiento? ¿Para erosionar con nuestras caminatas la tierra que nos sostiene? ¿Para devolverle al tiempo lo que cree que le he quitado? ¿Para darle un título a un cuadro recién pintado?
Hablamos sobre la extinción de nuestra raza, él pregunta si hay esperanza yo respondo que sólo la necesaria.
¿Para transpirar su peculiar olor? ¿Para entretener a mi mente con un acertijo sin solución? ¿Para embriagar a mi corazón con una interminable botella de alcohol? ¿Para ser quemado con su calor?
¿Para querer arrancarme ésta armadura de fantasía? ¿Para transformar teclas en dedos y dedos en sentimientos? ¡¿Para qué carajos?!
¿Para llorar porque debo callar y callar porque no puedo dejar de llorar?
¿Para tener la causa del peor de los miedos atorada en la garganta y no poder sacarla?
¿Para deleitar a quién? ¿A Dios? ¿A mí? ¿A él? ¿A ti?
¿Para llenar de vida a los planetas moribundos?
Para todo eso y más o para nada quizá. Creo saber lo que se avecina y sin embargo no lo sé: ignorante.
Da igual si me dice lo que quiero escuchar, siempre termino permitiendo a la duda juzgar, y no es un buen juez. Desde ahora tendré que mirar hacia atrás y en base a ello prever. Lo único que puedo ver por ahora es un “¿para qué?”.
Después de todo creo que hubiese sido mejor decirle que si tenía que cuestionar lo hiciere con un “¿por qué?”, pues así no obtendría respuesta y no estaría como yo, siendo atacado por la infinidad de ellas.
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