Sobre la mesa hay dos esferas de cristal, tan brillantes que parecen los ojos de un felino a mitad de la noche. Fatum debe elegir solamente una.
Una decisión sumamente difícil pues la distancia que lo separa de ellas no le permite verlas por completo, tocarlas, sentirlas, saber cuál de ellas debe ser suya.
Intenta averiguar un método que sin falla le haga saber cuál escoger. Como guiarse por el brillo de sus superficies, pero le resulta imposible, ambas poseen esa luz interna que se ve reflejada en su exterior, las dos con la misma intensidad.
Decide entonces hacer uso de su envidiable intuición y de su bolsillo saca un pequeño aparato similar a una brújula. Ese mecanismo fue su regalo de nacimiento, y lo cuida como a su vida misma. Funciona de manera parecida a la brújula, con la diferencia de que su artilugio sólo puede apuntar hacia dos direcciones, en este caso particular, solamente una de las dos esferas.
Fatum cree que habrá de resolver tal dilema con su aparato futurista, pero no será así. Lo dirige hacia la mesa mientras su rostro lleno de esperanza hace una mueca de nerviosismo. A y B son las direcciones, sólo una puede ser seguida.
Sorprendentemente la “brújula intuitiva” no reacciona, no se ve ni el mínimo movimiento de su puntero, no se escucha su mecanismo etéreo ni su engranaje de arterias y sangre. No funciona. Fatum en un arranque de frustración ante tal infortunio golpea su preciada posesión pero no consigue hacerla trabajar. No entiende qué sucede.
Con inocencia pregunta al vigilante si puede conservar ambas esferas, a lo que éste responde con un rotundo “¡No! O una o ninguna”.
Las circunstancias lo tientan a abandonar el lugar, a salir con las manos vacías y el espíritu lleno de incertidumbre y frustración. A pesar de eso permanece allí, pensando, sintiendo lo que debe hacer. Nunca le fue otorgada una tarea tan complicada, siempre creyó que los obstáculos no eran más que invenciones y pretextos de un perdedor.
La habitación es tan grande y obscura como las pupilas de Fatum. Sólo una gran lámpara que cuelga sobre la mesa brinda el calor que evita a Fatum sufrir de hipotermia. Sin embargo la lámpara sólo ilumina la mesa, es como si hubiesen acordado vivir en simbiosis: “yo iluminaré tu fina madera exclusivamente si tu amortiguas una posible caída mía”.
“No sé”, piensa Fatum deseando más que nunca que alguien elija por él, pero así no debe ser. Sabe que puede quedarse con ambas esferas pero si el vigilante dijo lo contrario fue porque sencillamente no debe tener las dos.
- ¿Y si soplo tan fuerte para que una ruede, caiga y se rompa? ¡Así no tendré que elegir!
- No, la finalidad es que elijas. No estarías aquí para recibir algo así tan fácil, si haces caer a una, la restante no te será dada. Elige rápido o el tiempo se encargará de sacarte de aquí, y tú mejor que nadie sabes que no puedes hacerle frente. Anda Fatum. Por cierto, aquella que no sea elegida tendrá que ser condenada al olvido por ti. No lo pienses, no lo sientas, sólo ¡ELIGE!
- ¡ELIJO A LAS DOS!
- Si así lo quieres así será. Pero ten cuidado, fuiste advertido y no atender una advertencia mía implica rendirse ante las consecuencias. Al final no podrás con tanto brillo entre tus manos y serán estas las que terminarán por romper tus esferas.
De pronto la habitación pasó de la obscuridad a la más deslumbrante claridad.
Ahora Fatum tiene una esfera en cada mano, cree que son iguales y que aquel montaje de la elección no fue otra cosa que un truco. También cree que tomó la decisión correcta y sí lo fue, pero no la mejor.
Ignora que aquello no fue un montaje sino una prueba trascendental. Que las esferas no son iguales y por el contrario son tan distintas entre sí que no podrá conservarlas durante mucho. Mientras tanto sonríe.
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