25 may 2011

Desarboledo




Quieres arrancar el árbol con todo y sus raíces pero las ramas te lo impiden, son tantas y tan fuertes. Las hojas caen sin ser acariciadas por el viento, violadas por la gravedad.

Debes recordar que la gravedad no es sutil ni es tu amiga. Te mantiene pisando una sucia superficie, repleta de inmundicia y desolación. Así como tu densidad mantiene a tu espíritu atado a una serie de circunstancias sensoriales incapaces de brindarte la plenitud que estás dispuesto a vivir.

Ese árbol que no se deja y tú tan desesperado por querer plantar uno nuevo en su lugar. No es que estés en contra de lo viejo, pero tampoco estás a su favor. Lo ves como algo que ya fue, parte de un pasado que no quieres seguir viendo de pie, aunque sabes que, si cae o se mantiene firme, siempre será parte de ti.

Tú también tienes raíces que defiendes con tus propias ramas. Gritas y pides auxilio cuando intentan arrebatarte el espacio que te otorgaron por derecho divino.

¿Por qué no comprendes la misión de los espejos? Cuando lo hagas podrás plantarlos debajo de tu cama. Sueños y más sueños verdaderos rondarán tu habitación así a la luz del atardecer como a la luz de la luna. Y tú los guiarás a través de tu boca, tus ojos y tus oídos hasta tu núcleo para que allí copulen y así sucesivamente hasta tener dentro de ti un sólo sueño verdadero, creador de todo lo visible e invisible.

Menciono a los espejos porque tienen mucha similitud con las hojas de los árboles en otoño, y la gravedad no respeta ni a las hojas ni a los espejos ni a ti.

Puedes continuar en tu hazaña si así lo deseas, no es algo que personalmente te recomiende puesto que ambos sabemos que no vale la pena. Deja a ese pobre árbol vivir el resto de sus días en paz y dedícate a darle vida a otros que habrán de suplir la sombra que el anciano te ofrecía incondicionalmente con todo su cansado ser.

Mira que detenerte por uno, cuando puedes continuar por muchos, por todo.




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