Cuando algo no me importa más, puedo expresarlo, inclusive si se trata de sentimientos. Creo que a todos nos sucede de manera similar. Dejamos de cargar Entes sobre los hombros, cuando sabemos que son más Nada que Todo, o que una Parte, o que sencillamente sabemos que no Son, ¿o dejan de Ser? ¡Cómo sea!
Y no sólo han sido estos hombros los que cargan Entes, también se cuelgan de mis párpados, agarrados de las pestañas a veces pretenden dejarme en las tinieblas, o por el contrario, se acurrucan en los rincones de las cuencas para que la luz queme los ojos que les desnudaron. Qué importa, aquí sigo cargando, como todos. Animales de carga.
Recuerdo la última vez, cuando intenté cargar a Uno que pesaba más que un pavo real, pero menos que un quetzal ¿Cómo es eso posible? preguntarán; pues así era. Es que le faltaba cola. Y ya cuando pude cargarlo se desvaneció y apareció -no mágicamente ¿o sí?- en los hombros de alguien más. Como siempre, ese peso de más en mi cuerpo suele lograr el equilibrio, y cuando aquel desapareció de mí, me fui de boca. Sólo un labio hinchado, una gota de sangre, y doce horas perdidas. Nada qué lamentar.
¿Qué podía hacer? Todo iba bien pero en diferente sintonía. Él sintonizó mi cama, yo sintonicé su corazón. Y extrañamente no me sentí halagado, a pesar de los piropos y gemidos, ni cuando me coronó su Amo, ni cuando encendió el cigarro y saboreé el humo de su boca y jalé su pelo rizado.
Este placer, que no es de sexo sino de sexos, que crece con las miradas y no con las camas, y que no se paga porque no se vende -no porque no quiere sino porque no le va-. No es el mismo placer del que imaginé aprender cuando observaba atento a mis mayores y escuchaba sus hazañas, sus triunfos y sus acostadas.
Los labios pierden sabor mientras más los besas y menos los conoces. Y con una sola vez basta para saber si no te importa que se vuelvan insípidos. Mis labios crecen, son engreídos, se crean fama con sacrificios literarios: traiciona a tus palabras y bésame.
Tal es así que ahora mismo pienso en esos cuerpos danzando al Dios de la Perdición, y yo ahí, entrando glorioso como su Salvador, armado de letras bellas y engañosas, miradas sigilosas, movimientos impúdicos de ondas magnéticas. Polos opuestos se atraen y fornican, polos iguales no existen, pues si son polos, son distintos.
Venga Señor tu voluntad, así en la Tierra como en el Sueño.