Una imagen no dice más que mil palabras, ni siquiera cien. Porque un instante capturado no podrá nunca describirse a sí mismo de la manera en que un espectador cualquiera puede hacerlo. Es claro pues, que un rostro indiferente quizás muestre la indiferencia en el ojo ajeno, pero el ojo ajeno a su vez es capaz de contagiar su propia indiferencia al rostro que observa, entonces la validez de lo instantáneo reside en ambos.
Yo quiero ver una sonrisa, pero veo llanto. Hasta ahí nada extraño, pienso, en defensa de mis ideales para concluir que el motivo del llanto es cierta clase de felicidad desmedida. Si yo quiero ver lágrimas pero veo sonrisas, pensaré entonces que el ser sonriente se avergüenza de sus penas, y con ello concluiré que no importa lo que vea sino lo que quiera ver, porque al final trataré de hacer coincidir el uno con el otro, y el otro con el uno para hacer de ellos un total imaginario, un producto que formará parte de una colección de elementos mal mezclados.
La clave para fusionar lo que se ve con lo que se pretende ver está en el cambio de posiciones. Si yo soy espectador en tal lapso de tiempo, tengo por fuerza, y si mi intención es lograr esa fusión, trasladarme a otra posición y dejar que los demás me observen. Además de ser divertido es enriquecedor. No se crea una visión completa de la realidad con solamente verla desde su perspectiva, ni siquiera si se ve desde arriba; tiene que verse desde cada ángulo, desde cada esquina por más abstracta que parezca. Aunque, para cuando se consiga esa omnipresencia artificial y por tanto la visión completa de la realidad, habrá que fingirse ignorante, porque conocer lo absoluto será como conocer nada.
Y mientras la luz sigue su proceso de descomposición yo sigo mi propio proceso de descomposición. Me gustaría irradiar color, pero sólo irradio pensamientos. Me gustaría que cada uno de ellos tuviese un color en lugar de una intención, o que la pretensión estuviese implícita en el haz de tonalidad fría, y la sinceridad estuviese dentro de una tonalidad cálida.
No imagino un mundo sin la percepción del Sol, donde los humanos fuésemos como esos topos ciegos que viven bajo tierra, desprovistos de visión porque sencillamente no la necesitan. Tampoco imagino un mundo sin la percepción de otros salvo la mía, donde fuésemos una gran nación bajo las órdenes de un solo hombre, porque en ese mundo no habría lugar para la interpretación de imágenes y éstas serían nada más que trozos de papel, pixeles, o trazos sin valor, sin vida.
Que la omnipresencia artificial haga de mí un Semi-Dios para así cubrir mis ojos con verdad, sin que mis ojos abiertos tengan que ver falsedad. O que yo, un supuesto mortal, haga de la omnipresencia artificial el método perfecto para tener una visión absoluta de mi realidad.
1 comentario:
Mmm...Pero la pregunta aqui no es solo diferencia entre ambas, sino que es lo que quiere ver y dejar de ver?
Cierto lo del mundo sin sol, pero seria tan aburrido y sin algun sentido vivir en el
En verdad te gustaria tener una absoluta visión de la realidad, yo creo que no? Siento que el misterio siempre lleva consigo una parte de una realidad que resulta interesante no saber de ella o mucho mejor aún poder imaginar sobre eso.
En fin! Saludos
P.D. Y si siga escribiendo más ehh!! Que ya sea aqui o cruzando el rio lo seguire leyendo
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