Vivimos debajo de una enorme roca. La más bella posiblemente pero no deja de ser un trozo de materia, que al final no es más que energía condensada, vibraciones al ritmo de la más lenta de las tortugas.
¿Como puede algo tan denso albergar algo tan sublime? Es en el equilibrio de la diversidad de cuerpos donde encontramos respuesta a esto. El peso de lo sublime debe ser por lo menos tres veces el peso de lo denso para mantener la igualdad en la balanza. ¿Qué pasa cuando esta condición no se cumple? Sencillo, se cae en los estratos más bajos y resulta casi imposible escalar y alcanzar el nivel del suelo o de la dimensión en la que se encontraba, ni se hable entonces de volar hacia allí.
Podríamos decir que no vivimos debajo de la roca sino que ella vive arriba de nosotros. Aunque la verdad -si es que se me permite usar tal término- es que vivimos a la par, simplemente a veces queremos verla desde abajo o desde arriba, dependiendo de la cantidad de luz u oscuridad que estemos percibiendo en determinado momento. Es cuando percibimos luz y oscuridad por igual y con la misma intensidad que comprendemos esta verdad.
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