Convertiste mi oro en carbón sin tener ni puta idea de la alquimia. No cobraré venganza como cuando se les arrebata su oro a ciertos seres elementales.
No lo haré porque con ese carbón he podido crear nuevo fuego, y de éste, nuevo oro. No pretendo ser un alquimista traficante que desprecia sus joyas inmateriales.
Las pretenciones son corrientes cristales y en cambio estas joyas que desde mis adentros se reflejan en tus ojos son fragmentos de Universo, órganos vitales de una constelación tan libre como el aire que exhalas, y que sigue llegando a mí cobijado por la noche.
Me instruíste sin ser consciente de ello, quiero corresponderte. Te enseñaré a leer mentes y a cambiar el color de tus ojos, aunque no se podrían tornar más felinos, o menos oscuros.
¿Qué te aprendí?
1. Nunca confiar en unos párpados que coquetean, con sus diminutas pero rizadas pestañas, cada vez que se abren y cierran. Es un mal augurio toparse con esas plumas de cuervos, una advertencia mortal si alguna llega a tocar el cuerpo.
2. Lo que se dice no es lo que se hace, y lo que se hace pocas veces (o nunca) se dice. El idilio eterno entre la verdad y la mentira, y el ser humano en el medio. Con ambas coge, pero sólo con una a la vez se desnuda. Amante perfecto.
3. No decir "te amo" porque es darle un arma al homicida. O en el peor de los casos, al suicida.
Por supuesto hay más, pero para qué exponerte tal cual eres, sería muy absurdo de mi parte, en esta era de desenfreno, dibujar límites alrededor tuyo y encadenarte; dejaré que te sigas sumergiendo en el placer que tanto te causa la ilusión. Además, para qué quiero un esclavo al pie de la cama si ya tú mismo te has enjaulado, si ya eres prisionero de tu Ego.
Convertiste mi oro en carbón sin tener ni puta idea de la alquimia, el poco oro que me quedaba. Gracias, me enseñaste a crear combustible y no a tener que pagar por el.