No sabes lo que tienes hasta que le dejas ir.
Pero para entonces ya no está, así que de nada te sirve saberlo.
Y no es que se haya perdido –porque nada se pierde sin tu consentimiento–, ni tampoco es que se haya escapado –porque nada se escapa sin tu permiso–.
¿Quién es esa nada que está y no está, como aquello que sabes que tenías?
Y si regresa, ya no será lo que tenías. Porque los caminos y los seres que recorrió, de norte a sur, de pies a cabeza, le transformaron en una nueva nada, una que no sabía lo que era hasta que le dejaste ir.
Entonces, ¿para qué regresa?
Para abandonarte y que sepas, que lo que tenías, nunca será de vuelta.
No importa que no sepas lo que tienes.
No le dejes ir. No dejes que se pierda.
Porque una vez que le sueltas, correrá tan lejos como pueda y no le verás más.
Si te diesen a elegir entre la brillante soledad y la compañía de las tinieblas, ¿no preferirías acaso la flama eterna?
Deja que se queme, que es madera.
Deja que se moje, que es arena.
No le dejes ir. No dejes que se pierda.